viernes, 10 de abril de 2020

«El otoño del patriarca» y el mito del poder (Gabriel García Márquez)

Aunque el sentido habitual de la palabra mito hace alusión a una historia ficticia, esta palabra posee múltiples sentidos que es dable considerar. Mito también es relato, noticia, mensaje, deliberación consigo mismo, rumor, fábula, cuento. Antes de ser Gabo, es decir, antes del estrepitoso éxito de Cien años de soledad y de escribir la epopeya de un pueblo latinoamericano que es el arquetipo de todos los
El otoño del patriarca - Gabriel García Márquez
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Aunque el sentido habitual de la palabra mito hace alusión a una historia ficticia, esta palabra posee múltiples sentidos que es dable considerar. Mito también es relato, noticia, mensaje, deliberación consigo mismo, rumor, fábula, cuento.[1]

Antes de ser Gabo, es decir, antes del estrepitoso éxito de Cien años de soledad y de escribir la epopeya de un pueblo latinoamericano que es el arquetipo de todos los demás, Gabriel García Márquez escribió una señera novela que reflexiona sobre el mito del poder, analizando en una intensa prosa —que más se acerca a la poesía— la figura del patriarca. Este es, asimismo, arquetipo de los patriarcas de todas las épocas, pero con los matices característicos de la particular idiosincrasia de nosotros, los latinos. Arriesgaré una aventurada afirmación y diré que esta es la obra más compleja de García Márquez —y con ello no digo que sea mejor o peor que otras del nobel colombiano—. Pudiéramos decir, además que incluso todo el universo de Gabo ya se encuentra in nuce en esta obra; cuando el patriarca celebra el centenario de su gobierno, «murmuraba más absorto que triste madre mía Bendición Alvarado de mi destino, cien años ya carajo, cien años ya, cómo se pasa el tiempo». Toda la pesantez de la existencia del patriarca deja entrever los destinos de las diversas generaciones que amarán, odiarán y morirán durante ese periodo de cien años en el pueblo de Macondo.

Pero la novela no transcurre allí, en Macondo, sino en las Antillas, en un lugar que es todos los lugares en Latinoamérica. La época tampoco es clara, pero la narración evidentemente no es histórica, y de allí el carácter mítico del relato del patriarca. Su vida es narrada por él y por los demás personajes que le rodean, en una prosa que transita sutilmente entre las diversas voces que elaboran el retrato del único personaje. En sentido estricto, no se cuenta la historia, porque nada de sus dichos y hechos se encuentran escritos, y a falta del registro histórico, los testimonios se convierten en leyenda, y la leyenda en historia oficial, sobre todo para las nuevas generaciones dentro de la misma novela, para quienes el patriarca era más una imagen construida que una persona real (¿no es acaso lo que sucede con todo dictador, o incluso, con todo personaje de la historia?). Cuando lo encuentran muerto no lo reconocen, porque una figura histórica es irreconocible, es decir, porque la construcción que hacemos de los personajes de la historia suele ser más grande que la sencillez y medianía de todo ser humano, por peculiar que sea. En ello radica el poder del mito.

Pero en este caso concreto, podemos tender un puente entre el poder del mito que construyó sobre sí mismo el patriarca, y hablar en consecuencia del mito del poder, es decir, de la naturaleza misma de detentar el poder. Es un tópico por todos aceptado el aforismo de Lord Acton según el cual «el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.» Poco se ha dicho, sin embargo, sobre la naturaleza misma del poder, que parece entrañar la destrucción de quien lo posee, cuanto más si este poder es supuestamente ilimitado. Pero ¿quién puede limitar al poder sino el poder mismo?

El primer límite autoimpuesto del poder es que, por su propia esencia, es efímero. Tratar de mantenerlo a toda costa acarrea un sinnúmero de dificultades, como acontece con el patriarca, quien padecerá la sospecha incluso de sus más cercanos. La paranoia es la enfermedad habitual del déspota, que ve un potencial traidor en cada amigo, una malvada intención en la acción más insignificante, y una secreta conspiración tras cada uno de sus pasos.

Y ello nos lleva a otra característica del poder: la soledad. El que está por encima de los demás es un autoexcluido. Nadie habita su mundo porque el mundo compartido es el de los de abajo: su realidad está en su mente, e intenta a toda costa hacer coincidir a la realidad con su deseo. Trata por ende de imponer su voluntad a los demás, pero aquí existe otro límite, la voluntad de los demás es inalienable. El patriarca podía obligar a todos a asumir que la noche fuera la mañana, pero la realidad se mantenía inalterada más allá de la necedad de su deseo. Podía obligar a todos a que le aplaudieran, pero no a que lo amaran, aún cuando en ello radica el aspecto narcisista del patriarca —y de todo líder—, en ser amado por su pueblo. Por último, para que el poder sea tal debe de ejercerse, porque de otra manera es cualquier cosa menos poder. Un personaje central, José Ignacio Sáenz de la Barra, tratará de convencerle de que el poder y el mandar son cosas distintas, «el mundo es suyo, general» le decía con un dejo de adulación para hacer sentir poderoso al patriarca, mientras que el propio Sáenz era el que mandaba a asesinar a los opositores del régimen —reales o ficticios—. Pero el engaño quedó al descubierto: el poderoso manda, el débil obedece, de tal manera que no es posible una disociación de ambos términos.

Tras el final de la novela queda el enigma, ¿quién era el patriarca? No podemos saberlo cuando él mismo parece desconocerse al ver una imagen suya en una pantalla. García Márquez sólo nos permite entrever un nombre, Nicanor, con el que la muerte le llama. Nicanor viene de Niké-anor, el vencedor de los hombres. No es un nombre tanto como un símbolo. El patriarca es el vencedor de todos, de sus opositores, de los militares, del pueblo mismo, y hasta de sus propios amigos. Sin conocer el amor, motivado siempre por ese fuego que lo consumió durante toda su vida, no posee más que el poder sobre su casa, su pueblo, todo su mundo. Pero ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo, si con ello se ha perdido la vida?

Notas
[1]↑ Significados que se pueden encontrar en la entrada del término mythos en el Diccionario Manual Griego. Ed. Vox, 2000, p. 403

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